El padre que tuvimos… y el que no tuvimos
- Psic Ana Medina Mejia

- 18 jun
- 3 Min. de lectura
Cuando hablamos del padre, muchas veces no hablamos de nada.
Porque el silencio también fue parte del vínculo.
Porque hubo ausencias que se normalizaron, gestos que se congelaron, palabras que no se dijeron.
Porque lo emocional, con él, parecía no tener lugar.
Durante años —o generaciones— se nos enseñó que el padre era figura de autoridad, proveedor, pilar. Pero no ternura.
No refugio.
No conversación.
No abrazo sostenido.
Y así crecimos muchos, con un padre que estaba… pero no del todo.
Que se sentía lejos, incluso estando en la misma casa.
Que tenía un lugar en el árbol genealógico, pero no en nuestras emociones cotidianas.
El impacto invisible de ese vínculo
A veces lo reconocemos como “así fue mi infancia”, sin notar que las consecuencias siguen vivas:
🔸 Nos cuesta confiar en los demás.
🔸 Nos exigimos constantemente sin saber por qué.
🔸 Elegimos relaciones frías o distantes porque “es lo que conocemos”.
🔸 Anhelamos aprobación masculina, incluso en lo laboral o profesional.
🔸 Sentimos rabia sin causa clara o tristeza que aparece en fechas específicas.
Y detrás de todo eso, muchas veces está un padre emocionalmente ausente, rígido o inalcanzable.

El padre que fue… y el que esperábamos
A veces estuvo físicamente, pero emocionalmente no supo estar.
A veces nunca estuvo.
A veces lo intentó, pero desde su propia herida.
A veces lo idealizamos, solo para no sentir la decepción.
A veces lo olvidamos, como defensa, para no cargar con el dolor.
Y así, se forma una herida que no sangra, pero que pesa.
Una herida que se manifiesta en los vínculos actuales, en la manera de amarnos, de ponernos límites, de buscar o evitar autoridad, de repetir o rechazar modelos.
¿Cómo reconocer si aún hay algo sin sanar?
🔹 Sientes que “algo te falta” cuando piensas en tu infancia.
🔹 Tienes dificultad para poner límites con figuras masculinas.
🔹 Buscas validación constante o temes decepcionar a otros.
🔹 Sientes enojo o tristeza cuando se acerca el Día del Padre.
🔹 No sabes cómo relacionarte emocionalmente con tu propio padre hoy.
No siempre hay un evento traumático.
A veces la herida es sutil: fue la falta de palabras, la indiferencia, el “yo trabajo todo el día para ustedes” como excusa para no mirar de frente a sus hijos.
Y esas ausencias emocionales también duelen.
¿Y si hoy elijo mirar hacia adentro?
Reconocer lo que me faltó no es culpar.
Es entender.
Es darle nombre a eso que me pesa, para que no siga escondido, actuando desde las sombras.
Tal vez no se puede tener el padre que se deseó,
pero sí se puede trabajar en construir la seguridad, el cuidado y la validación interna que faltaron.
Y si aún está presente, quizás el camino incluya poner en palabras lo que no se dijo, aceptar que no va a ser distinto, y encontrar una forma más auténtica de vincularse (aunque sea con nuevos límites).
También somos lo que hacemos con lo que nos dolió
El Día del Padre no es solo una fecha para comprar regalos.
Puede ser una oportunidad para preguntarte:
— ¿Qué lugar tiene mi padre en el mundo de mis emociones?
— ¿Qué partes de mí fueron moldeadas por su presencia… o por su ausencia?
— ¿Estoy listo para mirar ese vínculo con más verdad?
No es fácil. Pero cuando lo hacemos, algo empieza a transformarse.
Porque sanar al hijo o hija que fuimos, también libera al adulto que somos hoy.







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