Érase una vez, dos amigos que andaban por el siempre sofocante desierto. Habían perdido sus camellos y tenían que cargar con todos sus bártulos.
Estaban exhaustos y hartos de un camino que cada día se les hacía más largo.
Era un camino interminable.
Lo cierto es que llevaban más de una semana y no veían el momento en el que podrían, por fin, volver a sus casas.
La comida y el agua escaseaban, les dolían las piernas, tenían la espalda hecha añicos, sus caras estaban totalmente quemadas por el sol…
El camino se estaba convirtiendo en una tortura y, definitivamente, en todo un reto.
Entonces, en un momento de desesperación Adrián empezó a gritar a Carlos culpándole por la pérdida de los camellos y de la ruta elegida.
No cabía en su furia y, estando fuera de sí, insultándole como nunca antes lo había hecho y le pegó una bofetada.
Carlos no dijo nada pero sintiéndose ofendido y triste, se sentó y escribió en la arena «Hoy mi mejor amigo me pegó en la cara».
Por la noche, ninguno de los dos podía conciliar el sueño pero seguían sin hablarse.
A la mañana siguiente, Adrián se acercó arrepentido a Carlos y le dijo:
—Por favor, perdóname. Sé que ayer no me comporté bien contigo…
Y siguieron su camino hasta llegar a un oasis en el que, por fin, podían darse un baño.
Entonces, algo le pasó a Carlos: perdió el conocimiento y parecía que iba a ahogarse.
Pero Adrián fue en busca de su amigo y le salvó.
Una vez que Carlos pareció recuperarse del todo, los dos amigos retomaron la ruta hasta que, al cabo de un rato, Carlos se paró en frente de una enorme roca, sacó su puñal y escribió: «Hoy mi mejor amigo me salvó la vida».
Fue entonces cuando Adrián, preso de la curiosidad, le dijo a su amigo:
—Carlos, el otro día, cuando te insulté y pegué una bofetada lo escribiste en la arena. Hoy, que te he salvado, lo escribes en una piedra. ¿Por qué?
A lo que el amigo contestó:
—Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribirlo en la arena. Ahí, el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo, pero cuando pasa algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde jamás ningún viento podrá borrarlo…
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